TRES SEGUNDOS
AUTOR: MEMENTO MORI
¿Nunca has experimentado la satisfactoria sensación de quedarte sin aliento?
No me refiero al hecho de que alguien quiera reducir el diámetro de tu cuello con un ligero masaje de sus manos hasta el punto de faltarte el aire. Para mí, eso no es precisamente satisfactorio.
Es un sentimiento distinto.
Consiste en que tus músculos se quedan paralizados por una imagen que se refleja en tus pupilas; el corazón se desboca y palpita al mismo ritmo que ves a la gente entrar y salir del vagón a primera hora de la mañana; tu boca se seca y se convierte en un terreno árido como los raíles que tienes frente a ti, justo en el momento en que deben salir las palabras más importantes que debieras pronunciar en tu vida; y tu piel comienza a eliminar por el lugar menos deseado el agua que, en ese caso, debería servirte para hablar.
La gente suele nombrar este conjunto de sensaciones como las propias de alguien que se acaba de enamorar.
Yo sólo lo concibo como perder el aliento.
Bajé las escaleras que me llevarían hasta el andén sin quitar ojo del otro extremo de éste. Como de costumbre, ella no había llegado aún. Vendría corriendo, saltando los primeros peldaños de dos en dos y realizando un pequeño brinco al final. Formaba parte de su elegancia adulta y, a la vez, de su alma de niña. Entraría en el último instante, justo cuando la bocina que anuncia el cierre automático de las puertas hiciera su presencia en la estación, y lo haría en el vagón más alejado de mí, dejándome sólo contemplar su belleza durante un ínfimo espacio de tiempo.
Tres segundos.
Y a mí, con eso, me bastaba.
Entré en el último vagón de metro a la vez que pensaba que únicamente me había quedado sin aliento en dos ocasiones.
Algunas personas sienten su falta cada día, y además se jactan de ello. En estas ciudades, te cruzas con cientos de personas en unas pocas horas, rostros sin nombre que no tienen tiempo de mirarte la mayoría de las veces. Sólo encuentran los segundos indispensables para girar su muñeca y descubrir a su pesar que llegan tarde a cualquier lugar al que se dirijan. Pero las personas de las que hablo suelen decir que les falta el aliento nada más girar la primera esquina, pasar a la siguiente calle, o cruzar un último paso de peatones.
Para mí, ese no es el verdadero sentimiento.
En cambio, otras personas sólo necesitan quedarse sin aliento en una ocasión durante su larga vida. Conocer a una única persona con la que quieran compartir todas sus mañanas y también todas sus noches. Permanecer a su lado el tiempo máximo, hasta que sólo algo que tu mente no pueda controlar haga las maletas por ti para realizar un último viaje exclusivamente de ida.
Antes de que se escuchara el timbre en el exterior del vagón, ella penetró en él con una ligera sonrisa en su cara.
Yo también sonreí, aunque fuera involuntariamente.
Me agarré de la barra metálica que nacía del techo justo antes de que el tren iniciara su traqueteo característico en los segundos previos al comienzo de su marcha, sin dejar de prestar atención al extremo opuesto al que me encontraba.
En ese momento, recordé que la segunda vez en que noté cómo mi respiración se aceleraba y que mi lengua luchaba por recuperar su hábito de vida había sido aproximadamente hace un año.
No creo que fuese el primer día que coincidiéramos en el andén, pero si fue la primera ocasión en que nuestras miradas se cruzaron. Ella corría para llegar a su deseado destino pero, regalando una parte del breve momento del que disponía, levantó la cabeza hasta que me vio. Después, como ocurriría a partir de aquella mañana hasta hoy, el ritual se fue repitiendo y sólo teníamos esos insignificantes tres segundos para disfrutar de la vida.
Segundos que a mi me habían bastado para, con el tiempo, decidir que necesitaba compartir con aquella chica algo más que un andén de metro, un vagón como esa mañana, o un simple resplandor de sus pestañas cuando un día se acordaba de algo más que de correr hacia el interior del vehículo.
Así me di cuenta de que había perdido el aliento una vez más.
Por el efecto de las ventanas abiertas y la velocidad del aparato, su melena ondeaba hacia un lado de una divertida manera. Intentó por un instante que aquello no ocurriera, pero se vio vencida rápidamente. Luego, giró su cabeza hasta mi posición y, tras un resuelto parpadeo, contempló la portada del periódico que otro portaba a su lado.
Sus ojos iban de izquierda a derecha y pude notar cómo sus labios se abrían y cerraban ligeramente al tiempo que leía para sí lo que quisiera que pusiese el diario aquel día.
La mujer que había logrado que me quedara sin mi hálito de vida por primera vez leía como ella.
Parecía susurrarme al oído sus pequeños secretos, murmurar nuestras travesuras de manera silenciosa mientras devoraba las páginas de sus libros favoritos en las interminables noches, para bien o para mal, que pasamos juntos en una solitaria habitación de hospital.
¿Qué sientes cuando te das cuenta de que tu tiempo –sean tres segundos, tres semanas o tres años –se está agotando? A ella parecía no afectarle. Quería mostrarse como era, incluso en la etapa final. Le daba igual que todas las personas que estuviéramos a su alrededor nos marchitáramos más súbitamente que ella; su risa no le abandonó en ningún momento.
Y no se lo podré agradecer enteramente nunca más.
¿Qué sensación te invade cuando tu organismo te rechaza? Debe ser una especie de traición a tu espalda, como alguien que se taparía los ojos con una venda durante el resto de su existencia sólo porque estás junto a él. Su alma luchaba por entender la situación, pero que tu propio cuerpo, tu yo interior y exterior peleasen en una batalla cuyo final ya se había escrito en los libros científicos, la superaba con creces.
Gracias a ella, aprendí a valorar el tiempo de una forma inmaterial, como lo que es. Aprovechar hasta el último segundo para expresar nuestros sentimientos se convirtió en una escena constante en aquellos instantes finales.
Nunca olvidaré una de las frases que más me han llegado al corazón partiendo desde sus labios: “No encontrarás a alguien que te ame tanto como yo lo hice, pero estoy segura que tú sí volverás a amar, tu sí volverás a hacer sentir a otra persona las maravillas que me has hecho vivir a mí”.
En ese momento, negué con la cabeza y la correspondí como mi mente me dictaba. No podía comprender que ella me dijera precisamente esas palabras cuando la estaba viendo marcharse de esa forma.
Una nueva vibración me hizo tambalearme justo cuando una lágrima comenzaba a iniciar su también vibrante recorrido. Pensé en el presente, y en el tiempo que había transcurrido desde ese pasado que me parecía tan reciente. Como si se hubiera grabado en mí para siempre, cosa que no discutía.
Gracias a ello, había empezado a apreciar el valor del tiempo, fuera cual fuese.
Y esos tres segundos de vuelo no me parecían suficientes.
No sabía en qué parada se bajaría pero tenía claro que quería hablar con ella. Ya no estaba dispuesto a quedarme sin aliento por una tercera vez, por mucho que los refranes estuvieran en mi contra. No creía que tuviera el resultado deseado pero el pasado me había anunciado que podía volver a amar y estaba convencido en que así sería. Necesitaba liberar mis sentimientos, y entendía que debía ser con ella.
Le diría: “Hola. No nos conocemos pero… me encantaría probar a conocerte. Necesito algo más que tres segundos…”
Tampoco controlaba exactamente el número de frases que podría acabar cuando ella me mirara a los ojos fija y no vertiginosamente. Quizá el mismo tiempo que me había quitado la vida una vez, y me había devuelto la esperanza años después, me permitiera actuar sin trabas ni obstáculos.
Cuando el altavoz anunció la siguiente estación, ella se colgó un pequeño bolso sobre su hombro con un movimiento que se asemejaba al del mismo viento. Caminé hasta la puerta que se encontraba a mi derecha para salir en cuanto se abrieran.
Un segundo, dos, quizá tres…
Salió del vagón y se mezcló entre la gente que esperaba para introducirse en él y con la multitud que lo dejaba junto a ella. Apenas podía descubrir su pelo inmóvil en ese momento para poder, por fin, acabar con el límite que el tiempo nos había impuesto.
Esquivé como pude a las personas que venían en la dirección contraria. Ella iba más adelante, también ralentizada por el gentío. Me fui hacia la izquierda, acercándome al filo del andén para observar que ya había cruzado la esquina que la llevaba hasta el vestíbulo de la estación.
Giré la misma esquina y pude volver a verla. Aparté, como si me fuera la vida en ello, a otro chico de mi lado, y aceleré el paso cuando ella pasó por el mecanismo de salida. Seguí su trazo e hice lo propio.
Ella, tras un momento de indecisión, viró hacia la izquierda para alcanzar por fin las escaleras que la llevarían hasta el mundo exterior. No sabía cuáles iban a ser sus movimientos pero como si el destino me guiase, no dudé en seguir el mismo camino.
De repente, choqué con una silueta. Por mi aceleración, perdió el equilibrio, pero la sujeté antes de que cayera al suelo. No me di cuenta de si era un hombre o una mujer, porque era lo que menos me importaba en ese instante.
Las piernas de la chica todavía se podían revelar a través de la visión que obtenía desde mi posición. Sólo me faltaban unos escalones para alcanzarla con lo que, emulando los distinguidos saltos que me había regalado cada mañana durante aquel último año, llegué hasta donde se encontraba, detenida en medio de la escalera como si hubiera previsto mi llegada.
Como si el tiempo hubiera parado ese dichoso segundo.
- Hola, no nos conocemos pero…
Subí la cabeza cuando escuché la frase. Aquel chico la miraba como yo lo había hecho durante todos los segundos que había podido conseguirlo. Y ahora, el tiempo, y sólo el tiempo, le había otorgado mi lugar en la escena.
Quizá él, durante el último año, también había pasado unos segundos cada día junto a ella. Quizá no había valorado el tiempo como se merecía…
…y debía haber hecho de esos tres segundos algo más que un choque fortuito de esa duración, el mismo choque que me había usurpado la oportunidad de volver a perder el aliento.
Esos tres segundos…
NO PUEDO PARAR DE CREAR
El fotógrafo gallego José Cendón escribe "Billete de ida". Es la historia de una persona que no deja de luchar por la suerte de África.
Envía una foto de actualidad y sera publicada.
Envía una foto de actualidad y sera publicada.
domingo, 2 de diciembre de 2007
Fervor
FERVOR
AUTOR: MEMENTO MORI
JUEVES SANTO 11:37 p.m.
-¿Cómo se llama la víctima?
-Jessica Iratudo. Era hermana de carga de la cofradía de... –hizo una pausa para mirar la libreta-... la Santa y Vera Cruz. Lo siento jefe, pero ya sabe que no soy de aquí.
-No tengo Alzheimer, tranquilo. ¿Pero esta chica no es china? –preguntó de nuevo el subinspector Carrasco.
-Japonesa en cuanto a rasgos. Pero es española. Su padre es japonés y su madre es de aquí.
-De ahí vendrá su cristianismo. Aunque he oído hablar de que algunos japoneses también creen en Jesucristo. ¿Han venido ya los de la científica?
-Sí, pero se han ido por dónde han venido. Con esta lluvia han dicho que les era imposible encontrar nada.
-Menuda panda de inútiles. Siempre que se les necesita de verdad, no pueden hacer nada. Es que si no llueve me basto yo solo para encontrar las pruebas. ¿Entonces no han tocado nada?
-Que yo sepa no.
-Además de inútiles son ciegos.
-¿Por qué lo dice jefe?
Luis Carrasco podía tener algunas veces un carácter bastante agrio. Pero era un buen policía. Era el mejor en la comisaría de Cáceres. Por eso le habían asignado a él este caso. Su ayudante era Andrés Sevilla. Acababa de salir de la Academia de Ávila y le habían situado en Cáceres para iniciar las prácticas, en lugar de su ciudad natal, Jaén. A pesar de que Luis era muy exigente con él, le había empezado a coger cariño y a tratarle como el hijo que nunca tuvo.
Carrasco se agachó para recoger algo que tenía aferrado la víctima en su mano.
-¿Qué ha encontrado jefe? –preguntó intrigado Andrés.
-Es muy extraño. Lleva en la mano treinta céntimos.
-No tiene por qué ser raro. Iría a comprarse un cigarro, creo que algún quiosco los vende sueltos a chicos de esta edad.
-Puede ser, si no fuera porque tendría que haber llevado en la mano los treinta céntimos durante toda la procesión. Los hábitos nazarenos no tienen bolsillos.
VIERNES SANTO 8:00 a.m.
La comisaría de Cáceres tenía una actividad inusitada para ser día de fiesta. Todos trabajaban en el caso de Jessica. No eran normales los asesinatos en Cáceres, una ciudad tranquila, sin nada que ocultar. Y mucho menos durante la Semana Santa, que se vivía con auténtico fervor. El mismísimo comisario se había puesto en contacto con Carrasco para que llevara el tema lo más discretamente posible y a la vez, que el caso fuera resuelto de inmediato. Corría peligro el título de “Interés Turístico Nacional”. El subinspector Carrasco reunió a los mejores hombres, en su opinión, con los que contaba en la comisaría.
-Bien. Hagamos un resumen de lo que tenemos por ahora. Andrés... –dijo Carrasco.
-Jessica Iratudo –comenzó Andrés enseñando una foto de la víctima- encontrada ayer por la noche a las once y cuarto aproximadamente por una señora que iba a tirar la basura. A primera vista parece que fue estrangulada con el cíngulo que vemos en la segunda fotografía. Es el cordón reglamentario que exige la cofradía para la procesión de anoche. En la tercera fotografía podéis ver las marcas en el cuello de la víctima. Sin duda son del susodicho cordón. Además, en el examen preliminar de la escena del crimen, se encontraron treinta céntimos en la mano de la víctima. Este es el dato más pintoresco que hayamos encontrado, ya que podemos casi afirmar con seguridad que no son suyos. Estos tipos de trajes no tienen ningún bolsillo. Ya han sido enviados a la científica para intentar sacar alguna huella de las monedas. También parece que no hubo agresión sexual tras el primer examen por parte del forense. Tendremos el resultado completo de la autopsia a las tres de esta tarde.
-¿Puede haber sido un asunto de mafias chinas? ¿La chica es oriental no? –intervino un agente.
-Ya hemos hablado con su familia. Su padre posee un restaurante de comida china, en el que colabora la madre como cocinera. Según él, no hay ningún tipo de enemistad con las demás familias japonesas de la ciudad. Por ahora dejaremos ese camino de investigación a un lado. Sólo podemos sacar algo en claro de las monedas –respondió esta vez Carrasco.
-¿Una firma del asesino? –preguntó Andrés.
-Eso creo yo. Por eso pienso que volverá a actuar. Quiero que estéis atentos en las procesiones de esta mañana. Son la de Jesús de la Expiración y el Cristo de los Estudiantes. No sabemos a ciencia cierta si el asesinato tiene algo que ver con la Semana Santa pero la chica de anoche acababa de salir de una procesión. Más vale prevenir. No quiero ninguna víctima más.
-Creo que eso no va a ser posible, subinspector –dijo un agente que acababa de entrar en el despacho de Carrasco- Ha aparecido un segundo cuerpo.
8:51 a.m.
-Pedro Villalba. Era miembro de la banda de cornetas y tambores de la cofradía que salía esta madrugada.
-Tres cuchilladas a la altura del corazón- dijo Carrasco mientras se levantaba después de haber visto a la víctima- Y también había participado en una procesión. ¡Mierda! Nunca me habría imaginado en que, si nos encontramos ante un asesino en serie, actuaría en tan corto espacio de tiempo. Es anormal.
-A no ser que siga un plan bien definido –contestó Andrés a una pregunta que no había sido formulada.
<< ¿Por qué? >>
-¿Qué quieres decir? –preguntó esta vez Carrasco.
-No sé. Es una posibilidad. Tenemos dos víctimas. Todo asesino en serie, por muy inteligente que sea, necesita buscar a la víctima, vigilarla durante algún tiempo para después tener la confianza necesaria para asaltarla. Ese no es nuestro caso ya que al asesino le es prácticamente imposible haber vigilado a sus dos víctimas a la vez. A no ser que formen parte de un plan definido. Además, esta vez es un hombre la persona asesinada. El perfil de un asesino en serie es aquel que mata siguiendo unas pautas, ya sea la edad, la raza o el sexo de sus víctimas. Y las nuestras no coinciden en nada. La primera: diecinueve años, rasgos orientales y fémina. La segunda: cuarenta y cinco años, de raza blanca y varón.
-Sí, tienes razón. Pero aún así, tenemos que los dos salían de una procesión cuando fueran asesinados.
-Pero también difieren en la cofradía e incluso en la iglesia de la que parten. Una es de San Mateo, y ésta última, de Santiago. Me he estado informando.
-Bien, bien. Entonces tenemos a dos personas asesinadas, bien distintas, y que sólo se asemejan en...
-... ¿su religión? –dejó escapar Andrés
-Exacto.
En ese momento el móvil del subinspector Carrasco comenzó a sonar. La quinta sinfonía de Beethoven dejaba mucho que desear en formato midi.
-¿Subinspector Carrasco? Le llamo desde el laboratorio de la policía científica. Hemos extraído ya las huellas de las monedas que nos envió. – dijo una voz melodiosa al otro lado del aparato.
-¿Algún resultado?
-Pues... sí. La base de datos ha reconocido las huellas. Esto... pertenecen a un agente de su comisaría. Se llama Andrés Sevilla.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN 8:09 a.m.
Después de haber tomado declaración durante todo el día anterior a su propio compañero, Luis Carrasco se sentía muy confuso. Por un lado, no podía desconfiar de la ciencia, para él, imprescindible en la resolución de los casos que habían llegado hasta sus manos. Por otro, creer a su amigo, con el que pasaba más tiempo en la comisaría. Pero las huellas no mentían. Eran las de Andrés. ¿Podría tener validez la explicación dada por Sevilla – “me robaron el monedero semanas atrás. Si se lo comenté, jefe” –o era sólo una artimaña para crear la duda?
Pero todavía había un cabo suelto. Si Andrés tenía un móvil religioso, ¿por qué había elegido precisamente a esas personas, tan diferentes entre sí, para asesinarlas? Él seguía negando que lo hubiera hecho así que tendría que averiguarlo por su cuenta.
Carrasco introdujo el nombre de las dos víctimas en la base de datos de la policía. Sin resultados. Ninguno de los dos tenía antecedentes. Podía haber sido una forma de que Andrés hubiera elegido a sus víctimas. Pero eso ya estaba descartado. Quizá en la hemeroteca podía encontrar algo...
Bingo.
El nombre de Jessica Iratudo aparecía en el periódico El Heraldo Diario del jueves 6 de marzo del 2003, en las páginas de Nacional. Por lo visto había participado en un juicio en Madrid contra su propio tío. Fue ella misma quién le acusó de traficar con drogas y venderla a chicos menores de edad, entre ellos, su hermano Kevin. Al final le declararon culpable a cumplir una pena de 12 años de prisión.
-Una traición en el seno familiar. De esto no nos comentó nada su padre –comentó en alto Carrasco.
Pedro Villalba también aparecía en el archivo de periódicos. Esta vez en un artículo del Imparcial fechado el 27 de junio del 2003. Era de un juicio celebrado en Cáceres. Su socio y él habían sido procesados por quedarse con el dinero de las matrículas de la academia de inglés que poseían. El periodista apuntaba: “...lo curioso fue cuando Pedro Villalba, el hipotético socio de Diego Fernández, negó por activa y por pasiva conocer a éste, ante la sorpresa del público presente...”. Al final le absolvieron por crear una duda razonable al jurado popular al que le habían encargado el caso, ya que su “supuesto” socio no respondió nada ante la pregunta de que si era verdad lo que había declarado Pedro Villalba.
Otro juicio. Ya teníamos algo en común. Pero no era suficiente para que Andrés quisiera matarlos. Además, ninguno de los juicios tenía que ver con la religión, que era la conclusión a la que habían llegado Andrés y él. Se le estaba escapando algo, aunque lo verdaderamente importante fuese que el asesino estuviera ya entre rejas.
En ese momento, alguien llamó a la puerta. Un policía entró en el despacho. Su cara lo decía todo.
-¿Dónde ha sido esta vez? –preguntó Carrasco sin esperar a que el agente le diera la mala noticia.
3:31 p.m.
-¿Has realizado ya la autopsia? –Preguntó Carrasco –Te dije con máxima prioridad.
-Tranquilo, estoy terminando. ¿Quieres un poco? –dijo el forense ofreciéndole su bocadillo de calamares. No tenía mala pinta.
-¿Cómo puedes comer en estas situaciones? Bueno, dime todo lo que sepas de la víctima.
-Tomás Juárez. Dieciocho años. Un metro ochenta, setenta y cinco kilos de peso. Murió desangrado después de que le clavaran un arma blanca con un filo bastante largo en el costado derecho. Me inclino por pensar que el arma homicida es una especie de lanza o algo muy parecido, ya que le atravesó todo el cuerpo. Lo más curioso es que la entrada de la lanza o lo que diablos sea, no quebrantó ni un hueso. Ah, y también parece que le hurgaron en la herida.
-¿Hay huellas? –preguntó el subinspector vislumbrando un camino de investigación.
-Ni una. Debió utilizar guantes.
-Qué raro es todo esto. No sé si este asesinato tiene algo que ver con los otros dos, pero es poco probable que existan dos asesinos en una ciudad como ésta.
-Míralo por el lado positivo. Ahora estás más cerca de exculpar a Andrés.
-Eso sí –dijo Carrasco antes de sumirse en sus pensamientos -¿Has investigado sus ropas?
-Sí, es la típica vestimenta de un rockero. O al menos eso me ha parecido. Camiseta negra con una estrella de cinco puntas en rojo y unos pantalones también negros. Por detrás de la camiseta hay una frase, también con letras rojas: “Mi único Dios, el Diablo”. Ya las he enviado al laboratorio para que las analicen más a fondo. Por cierto, en el bolsillo trasero de la víctima he encontrado un sobre. No lo he abierto todavía. Aquí está –terminó el forense acercándoselo a Carrasco.
Dentro del sobre había un folio redactado por ordenador. Si era del asesino, seguro que no había ni huellas, ni posibilidad de elaborar un perfil psicológico por su grafía. Carrasco lo leyó en voz alta.
- “Jesucristo nos liberó de nuestros pecados y nos abrió las puertas de la vida eterna con su sacrificio. Aún así, sólo recibió traición, incredulidad y mentiras de sus más allegados. Ya era hora de que se hiciera justicia”
-¿No pone nada más? –preguntó el forense mientras le pegaba otro muerdo a su bocadillo.
-No hace falta. Las piezas de este incomprensible puzzle empiezan a encajar.
5:45 p.m.
La grave voz que salía de los altavoces de la estación de tren y anunciaban el próximo trayecto hacia Sevilla se mezclaba con el ruido propio de la muchedumbre que esperaba la hora de su viaje. Lo normal en el último día de vacaciones de la Semana Santa. Pero una figura resaltaba por encima de las demás. Vestía por completo de negro y portaba una gran maleta. Su vestimenta era extraña por su color, ya que todo el mundo sabe que el negro no es el ideal en días tan calurosos como aquellos. La hora de salida de su tren ya había llegado. Se acercó al andén y entró en el aparato que le llevaría hasta su destino. Allí el revisor le dio la bienvenida.
-Que tenga un buen viaje, padre.
-Gracias –contestó sin levantar la cabeza del suelo.
Se acomodó en el asiento 22, que es el que marcaba su billete. Cinco minutos después, el tren se alejaba de Cáceres a gran velocidad. Tenía previsto llegar a la próxima parada en dos horas.
La gente del vagón número 1 no tardó mucho en dormirse para hacer más corto el desplazamiento. Mientras, el ocupante del sitio 22 sacaba del bolsillo de su chaqueta unos guantes de látex con pequeñas manchas rojas. Abrió la ventana próxima a él y arrojó los guantes, los cuales volaron hasta que se perdieron en el horizonte.
EPÍLOGO
-Hoy vamos a estudiar un caso real, “el caso del asesino de la Semana Santa”. Vamos a intentar dar respuesta a todos sus asesinatos. Como ustedes sabrán este caso está sin resolver, y cerrado desde hace cinco años. Después de una larga investigación, y de haber pasado por varias manos, no se llegó a encontrar al asesino. Únicamente se pudieron escribir en el informe conjeturas acerca de él.
-¿Cómo escogió sus víctimas? –Preguntó un alumno sentado en la primera fila.
-Al principio se creyó que éstas habían sido elegidas al azar, pero está casi demostrado que no fue así. Todo tiene relación con Jesucristo.
-¿Por eso los asesinatos se produjeron durante la Semana Santa?
-Exacto –respondió el profesor- La última víctima fue Tomás Juárez, un no creyente. Esto lo acercaba a asemejarse al apóstol del mismo nombre, llamado el incrédulo. Hasta que no introdujo su mano en la herida del costado de Jesucristo no creyó.
-Al igual que el asesino.
-Sí, y además la presunta arma homicida fue una lanza. Como la que le provocó la herida a Jesucristo. La segunda víctima, Pedro Villalba. San Pedro, mejor dicho. Le dieron tres, y sólo tres cuchilladas, las mismas veces que San Pedro negó conocer a Jesucristo. Al igual que Villalba negó conocer a su socio en el juicio en que se le inculpaba de robar dinero de su academia de inglés. Lo único que no sabemos es a qué hora cantó el gallo ese día.
-¿Y la primera víctima? –Preguntó alguien desde el fondo- No conozco ningún apóstol llamado Jessica.
-Muy avispado. Pero todo tiene su explicación. No olvidemos que estamos ante un asesino muy metódico. El asesinato de Jessica está repleto de símbolos. Primero tenemos que fue ahogada con una cuerda, que apareció con treinta “monedas” en la mano, y que traicionó a su tío en el juicio que ayer os comenté. ¿Adivináis quién es?
En ese momento las luces de la sala se apagaron. En la pantalla del proyector apareció el nombre de JESSICA IRATUDO. De repente las letras cambiaron de lugar y se pudo leer un segundo nombre: JUDAS ISCARIOTE.
Después de ver sonreír a más de un alumno el profesor volvió a encender las luces.
-¿Entonces podríamos decir que fue un crimen perfecto? –preguntó de nuevo el de la primera fila.
-Y tanto. Yo mismo no pude con el asesino…
AUTOR: MEMENTO MORI
JUEVES SANTO 11:37 p.m.
-¿Cómo se llama la víctima?
-Jessica Iratudo. Era hermana de carga de la cofradía de... –hizo una pausa para mirar la libreta-... la Santa y Vera Cruz. Lo siento jefe, pero ya sabe que no soy de aquí.
-No tengo Alzheimer, tranquilo. ¿Pero esta chica no es china? –preguntó de nuevo el subinspector Carrasco.
-Japonesa en cuanto a rasgos. Pero es española. Su padre es japonés y su madre es de aquí.
-De ahí vendrá su cristianismo. Aunque he oído hablar de que algunos japoneses también creen en Jesucristo. ¿Han venido ya los de la científica?
-Sí, pero se han ido por dónde han venido. Con esta lluvia han dicho que les era imposible encontrar nada.
-Menuda panda de inútiles. Siempre que se les necesita de verdad, no pueden hacer nada. Es que si no llueve me basto yo solo para encontrar las pruebas. ¿Entonces no han tocado nada?
-Que yo sepa no.
-Además de inútiles son ciegos.
-¿Por qué lo dice jefe?
Luis Carrasco podía tener algunas veces un carácter bastante agrio. Pero era un buen policía. Era el mejor en la comisaría de Cáceres. Por eso le habían asignado a él este caso. Su ayudante era Andrés Sevilla. Acababa de salir de la Academia de Ávila y le habían situado en Cáceres para iniciar las prácticas, en lugar de su ciudad natal, Jaén. A pesar de que Luis era muy exigente con él, le había empezado a coger cariño y a tratarle como el hijo que nunca tuvo.
Carrasco se agachó para recoger algo que tenía aferrado la víctima en su mano.
-¿Qué ha encontrado jefe? –preguntó intrigado Andrés.
-Es muy extraño. Lleva en la mano treinta céntimos.
-No tiene por qué ser raro. Iría a comprarse un cigarro, creo que algún quiosco los vende sueltos a chicos de esta edad.
-Puede ser, si no fuera porque tendría que haber llevado en la mano los treinta céntimos durante toda la procesión. Los hábitos nazarenos no tienen bolsillos.
VIERNES SANTO 8:00 a.m.
La comisaría de Cáceres tenía una actividad inusitada para ser día de fiesta. Todos trabajaban en el caso de Jessica. No eran normales los asesinatos en Cáceres, una ciudad tranquila, sin nada que ocultar. Y mucho menos durante la Semana Santa, que se vivía con auténtico fervor. El mismísimo comisario se había puesto en contacto con Carrasco para que llevara el tema lo más discretamente posible y a la vez, que el caso fuera resuelto de inmediato. Corría peligro el título de “Interés Turístico Nacional”. El subinspector Carrasco reunió a los mejores hombres, en su opinión, con los que contaba en la comisaría.
-Bien. Hagamos un resumen de lo que tenemos por ahora. Andrés... –dijo Carrasco.
-Jessica Iratudo –comenzó Andrés enseñando una foto de la víctima- encontrada ayer por la noche a las once y cuarto aproximadamente por una señora que iba a tirar la basura. A primera vista parece que fue estrangulada con el cíngulo que vemos en la segunda fotografía. Es el cordón reglamentario que exige la cofradía para la procesión de anoche. En la tercera fotografía podéis ver las marcas en el cuello de la víctima. Sin duda son del susodicho cordón. Además, en el examen preliminar de la escena del crimen, se encontraron treinta céntimos en la mano de la víctima. Este es el dato más pintoresco que hayamos encontrado, ya que podemos casi afirmar con seguridad que no son suyos. Estos tipos de trajes no tienen ningún bolsillo. Ya han sido enviados a la científica para intentar sacar alguna huella de las monedas. También parece que no hubo agresión sexual tras el primer examen por parte del forense. Tendremos el resultado completo de la autopsia a las tres de esta tarde.
-¿Puede haber sido un asunto de mafias chinas? ¿La chica es oriental no? –intervino un agente.
-Ya hemos hablado con su familia. Su padre posee un restaurante de comida china, en el que colabora la madre como cocinera. Según él, no hay ningún tipo de enemistad con las demás familias japonesas de la ciudad. Por ahora dejaremos ese camino de investigación a un lado. Sólo podemos sacar algo en claro de las monedas –respondió esta vez Carrasco.
-¿Una firma del asesino? –preguntó Andrés.
-Eso creo yo. Por eso pienso que volverá a actuar. Quiero que estéis atentos en las procesiones de esta mañana. Son la de Jesús de la Expiración y el Cristo de los Estudiantes. No sabemos a ciencia cierta si el asesinato tiene algo que ver con la Semana Santa pero la chica de anoche acababa de salir de una procesión. Más vale prevenir. No quiero ninguna víctima más.
-Creo que eso no va a ser posible, subinspector –dijo un agente que acababa de entrar en el despacho de Carrasco- Ha aparecido un segundo cuerpo.
8:51 a.m.
-Pedro Villalba. Era miembro de la banda de cornetas y tambores de la cofradía que salía esta madrugada.
-Tres cuchilladas a la altura del corazón- dijo Carrasco mientras se levantaba después de haber visto a la víctima- Y también había participado en una procesión. ¡Mierda! Nunca me habría imaginado en que, si nos encontramos ante un asesino en serie, actuaría en tan corto espacio de tiempo. Es anormal.
-A no ser que siga un plan bien definido –contestó Andrés a una pregunta que no había sido formulada.
<< ¿Por qué? >>
-¿Qué quieres decir? –preguntó esta vez Carrasco.
-No sé. Es una posibilidad. Tenemos dos víctimas. Todo asesino en serie, por muy inteligente que sea, necesita buscar a la víctima, vigilarla durante algún tiempo para después tener la confianza necesaria para asaltarla. Ese no es nuestro caso ya que al asesino le es prácticamente imposible haber vigilado a sus dos víctimas a la vez. A no ser que formen parte de un plan definido. Además, esta vez es un hombre la persona asesinada. El perfil de un asesino en serie es aquel que mata siguiendo unas pautas, ya sea la edad, la raza o el sexo de sus víctimas. Y las nuestras no coinciden en nada. La primera: diecinueve años, rasgos orientales y fémina. La segunda: cuarenta y cinco años, de raza blanca y varón.
-Sí, tienes razón. Pero aún así, tenemos que los dos salían de una procesión cuando fueran asesinados.
-Pero también difieren en la cofradía e incluso en la iglesia de la que parten. Una es de San Mateo, y ésta última, de Santiago. Me he estado informando.
-Bien, bien. Entonces tenemos a dos personas asesinadas, bien distintas, y que sólo se asemejan en...
-... ¿su religión? –dejó escapar Andrés
-Exacto.
En ese momento el móvil del subinspector Carrasco comenzó a sonar. La quinta sinfonía de Beethoven dejaba mucho que desear en formato midi.
-¿Subinspector Carrasco? Le llamo desde el laboratorio de la policía científica. Hemos extraído ya las huellas de las monedas que nos envió. – dijo una voz melodiosa al otro lado del aparato.
-¿Algún resultado?
-Pues... sí. La base de datos ha reconocido las huellas. Esto... pertenecen a un agente de su comisaría. Se llama Andrés Sevilla.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN 8:09 a.m.
Después de haber tomado declaración durante todo el día anterior a su propio compañero, Luis Carrasco se sentía muy confuso. Por un lado, no podía desconfiar de la ciencia, para él, imprescindible en la resolución de los casos que habían llegado hasta sus manos. Por otro, creer a su amigo, con el que pasaba más tiempo en la comisaría. Pero las huellas no mentían. Eran las de Andrés. ¿Podría tener validez la explicación dada por Sevilla – “me robaron el monedero semanas atrás. Si se lo comenté, jefe” –o era sólo una artimaña para crear la duda?
Pero todavía había un cabo suelto. Si Andrés tenía un móvil religioso, ¿por qué había elegido precisamente a esas personas, tan diferentes entre sí, para asesinarlas? Él seguía negando que lo hubiera hecho así que tendría que averiguarlo por su cuenta.
Carrasco introdujo el nombre de las dos víctimas en la base de datos de la policía. Sin resultados. Ninguno de los dos tenía antecedentes. Podía haber sido una forma de que Andrés hubiera elegido a sus víctimas. Pero eso ya estaba descartado. Quizá en la hemeroteca podía encontrar algo...
Bingo.
El nombre de Jessica Iratudo aparecía en el periódico El Heraldo Diario del jueves 6 de marzo del 2003, en las páginas de Nacional. Por lo visto había participado en un juicio en Madrid contra su propio tío. Fue ella misma quién le acusó de traficar con drogas y venderla a chicos menores de edad, entre ellos, su hermano Kevin. Al final le declararon culpable a cumplir una pena de 12 años de prisión.
-Una traición en el seno familiar. De esto no nos comentó nada su padre –comentó en alto Carrasco.
Pedro Villalba también aparecía en el archivo de periódicos. Esta vez en un artículo del Imparcial fechado el 27 de junio del 2003. Era de un juicio celebrado en Cáceres. Su socio y él habían sido procesados por quedarse con el dinero de las matrículas de la academia de inglés que poseían. El periodista apuntaba: “...lo curioso fue cuando Pedro Villalba, el hipotético socio de Diego Fernández, negó por activa y por pasiva conocer a éste, ante la sorpresa del público presente...”. Al final le absolvieron por crear una duda razonable al jurado popular al que le habían encargado el caso, ya que su “supuesto” socio no respondió nada ante la pregunta de que si era verdad lo que había declarado Pedro Villalba.
Otro juicio. Ya teníamos algo en común. Pero no era suficiente para que Andrés quisiera matarlos. Además, ninguno de los juicios tenía que ver con la religión, que era la conclusión a la que habían llegado Andrés y él. Se le estaba escapando algo, aunque lo verdaderamente importante fuese que el asesino estuviera ya entre rejas.
En ese momento, alguien llamó a la puerta. Un policía entró en el despacho. Su cara lo decía todo.
-¿Dónde ha sido esta vez? –preguntó Carrasco sin esperar a que el agente le diera la mala noticia.
3:31 p.m.
-¿Has realizado ya la autopsia? –Preguntó Carrasco –Te dije con máxima prioridad.
-Tranquilo, estoy terminando. ¿Quieres un poco? –dijo el forense ofreciéndole su bocadillo de calamares. No tenía mala pinta.
-¿Cómo puedes comer en estas situaciones? Bueno, dime todo lo que sepas de la víctima.
-Tomás Juárez. Dieciocho años. Un metro ochenta, setenta y cinco kilos de peso. Murió desangrado después de que le clavaran un arma blanca con un filo bastante largo en el costado derecho. Me inclino por pensar que el arma homicida es una especie de lanza o algo muy parecido, ya que le atravesó todo el cuerpo. Lo más curioso es que la entrada de la lanza o lo que diablos sea, no quebrantó ni un hueso. Ah, y también parece que le hurgaron en la herida.
-¿Hay huellas? –preguntó el subinspector vislumbrando un camino de investigación.
-Ni una. Debió utilizar guantes.
-Qué raro es todo esto. No sé si este asesinato tiene algo que ver con los otros dos, pero es poco probable que existan dos asesinos en una ciudad como ésta.
-Míralo por el lado positivo. Ahora estás más cerca de exculpar a Andrés.
-Eso sí –dijo Carrasco antes de sumirse en sus pensamientos -¿Has investigado sus ropas?
-Sí, es la típica vestimenta de un rockero. O al menos eso me ha parecido. Camiseta negra con una estrella de cinco puntas en rojo y unos pantalones también negros. Por detrás de la camiseta hay una frase, también con letras rojas: “Mi único Dios, el Diablo”. Ya las he enviado al laboratorio para que las analicen más a fondo. Por cierto, en el bolsillo trasero de la víctima he encontrado un sobre. No lo he abierto todavía. Aquí está –terminó el forense acercándoselo a Carrasco.
Dentro del sobre había un folio redactado por ordenador. Si era del asesino, seguro que no había ni huellas, ni posibilidad de elaborar un perfil psicológico por su grafía. Carrasco lo leyó en voz alta.
- “Jesucristo nos liberó de nuestros pecados y nos abrió las puertas de la vida eterna con su sacrificio. Aún así, sólo recibió traición, incredulidad y mentiras de sus más allegados. Ya era hora de que se hiciera justicia”
-¿No pone nada más? –preguntó el forense mientras le pegaba otro muerdo a su bocadillo.
-No hace falta. Las piezas de este incomprensible puzzle empiezan a encajar.
5:45 p.m.
La grave voz que salía de los altavoces de la estación de tren y anunciaban el próximo trayecto hacia Sevilla se mezclaba con el ruido propio de la muchedumbre que esperaba la hora de su viaje. Lo normal en el último día de vacaciones de la Semana Santa. Pero una figura resaltaba por encima de las demás. Vestía por completo de negro y portaba una gran maleta. Su vestimenta era extraña por su color, ya que todo el mundo sabe que el negro no es el ideal en días tan calurosos como aquellos. La hora de salida de su tren ya había llegado. Se acercó al andén y entró en el aparato que le llevaría hasta su destino. Allí el revisor le dio la bienvenida.
-Que tenga un buen viaje, padre.
-Gracias –contestó sin levantar la cabeza del suelo.
Se acomodó en el asiento 22, que es el que marcaba su billete. Cinco minutos después, el tren se alejaba de Cáceres a gran velocidad. Tenía previsto llegar a la próxima parada en dos horas.
La gente del vagón número 1 no tardó mucho en dormirse para hacer más corto el desplazamiento. Mientras, el ocupante del sitio 22 sacaba del bolsillo de su chaqueta unos guantes de látex con pequeñas manchas rojas. Abrió la ventana próxima a él y arrojó los guantes, los cuales volaron hasta que se perdieron en el horizonte.
EPÍLOGO
-Hoy vamos a estudiar un caso real, “el caso del asesino de la Semana Santa”. Vamos a intentar dar respuesta a todos sus asesinatos. Como ustedes sabrán este caso está sin resolver, y cerrado desde hace cinco años. Después de una larga investigación, y de haber pasado por varias manos, no se llegó a encontrar al asesino. Únicamente se pudieron escribir en el informe conjeturas acerca de él.
-¿Cómo escogió sus víctimas? –Preguntó un alumno sentado en la primera fila.
-Al principio se creyó que éstas habían sido elegidas al azar, pero está casi demostrado que no fue así. Todo tiene relación con Jesucristo.
-¿Por eso los asesinatos se produjeron durante la Semana Santa?
-Exacto –respondió el profesor- La última víctima fue Tomás Juárez, un no creyente. Esto lo acercaba a asemejarse al apóstol del mismo nombre, llamado el incrédulo. Hasta que no introdujo su mano en la herida del costado de Jesucristo no creyó.
-Al igual que el asesino.
-Sí, y además la presunta arma homicida fue una lanza. Como la que le provocó la herida a Jesucristo. La segunda víctima, Pedro Villalba. San Pedro, mejor dicho. Le dieron tres, y sólo tres cuchilladas, las mismas veces que San Pedro negó conocer a Jesucristo. Al igual que Villalba negó conocer a su socio en el juicio en que se le inculpaba de robar dinero de su academia de inglés. Lo único que no sabemos es a qué hora cantó el gallo ese día.
-¿Y la primera víctima? –Preguntó alguien desde el fondo- No conozco ningún apóstol llamado Jessica.
-Muy avispado. Pero todo tiene su explicación. No olvidemos que estamos ante un asesino muy metódico. El asesinato de Jessica está repleto de símbolos. Primero tenemos que fue ahogada con una cuerda, que apareció con treinta “monedas” en la mano, y que traicionó a su tío en el juicio que ayer os comenté. ¿Adivináis quién es?
En ese momento las luces de la sala se apagaron. En la pantalla del proyector apareció el nombre de JESSICA IRATUDO. De repente las letras cambiaron de lugar y se pudo leer un segundo nombre: JUDAS ISCARIOTE.
Después de ver sonreír a más de un alumno el profesor volvió a encender las luces.
-¿Entonces podríamos decir que fue un crimen perfecto? –preguntó de nuevo el de la primera fila.
-Y tanto. Yo mismo no pude con el asesino…
Bienvenidos a la inauguración
Hola a todos hoy es un gran día, puedo sentirme orgulloso de inaugurar este pequeño espacio con dos relatos cedidos por Eduardo Bardón Cancho, un colega de Elena que escribe unos relatos increibles. Además tiene una blog en la cual todo el que quiera puede visitarla y disfrutar con su vibrante literatura. www.carpediem-newmoments.blogspot.com. Gracias Edu.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)