Foto de la semana

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José Cendón

NO PUEDO PARAR DE CREAR

El fotógrafo gallego José Cendón escribe "Billete de ida". Es la historia de una persona que no deja de luchar por la suerte de África.

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miércoles, 19 de noviembre de 2008

En un lugar impoluto de cuyo nombre recuerdo ya olvidado. Vive un inquieto personaje. Manso y agradable, a lo que el trato se refiere, pero desprovisto de toda belleza. Por no decir feo. Aunque su sonrisa bonachona cautivaba, no en el amor sino en simpatía, a gran parte del sector femenino. De buena percha por su altura y corpulencia, es no obstante flacucho. Mostrándose alicaído en sus andares pensativos y silenciosos.

Sufre de una doble personalidad. Bueno sufrir estaría mal dicho. Es más una peculiaridad extraña. Y hablando de extrañezas, dicho personaje camina desde hace ya tres días con una pequeña nevera. La pasea sin usar el asa, con penitente tristeza la agarra como si de un hijo se tratara. De color azul, un azul normal, y de tamaño medio. Bueno la verdad es que no se cual es el tamaño medio de las neveras portátiles. Digamos que es como la Nintendo, por decir algo, pero más cúbica. Acogerá a lo sumo en su interior, un bocata de tercio de chapata y una lata de kas, o dos manzanas y un zumo. Como de un juguete viejo se tratara, de esos de toda la vida, lleva su secreto a un rincón para olvidarlo.

Tiene marcada en su cara una triste añoranza, menos en sus ojos, posee esa mirada de quien sabe bien lo que hace. La mirada de Michael pensando en Fredo. Pero no puede abandonarlo en cualquier lugar, y debo de haberme explicado mal porque no lo va a sacrificar, simplemente se quiere deshacer de ello. Y ha puesto rumbo al hospital, para donarlo. Cree que allí le darán mejor uso después de recomponerlo.

Ya había estado otra vez en aquel lugar. Para donar sangre a un aristócrata rumano. Esa vez lo hizo desinteresadamente, aunque recibió a cambio un bocadillo, de salami creo recordar. En esta ocasión tampoco quería recibir nada a cambio, es más quitarse una pena de encima. Además este individuo es bastante generoso, en ocasiones altruista, y no quiere ser egoísta monopolizando la cualidad de estar triste, por que su pena al menos para él, es el mayor dolor de este mundo.

Es protagonista y narrador en una misma persona. Más que un desdoblamiento de personalidad, tiene gran afición a narrar todo lo que hace. Y créanme, es bastante bueno, al menos desde mi objetivo punto de vista. Yo de eso se bastante… pero no hablemos de mi, sigamos conmigo. Con la historia.

Se encuentra en la sala de espera del hospital. Planta duodécima, pasillo A. Hay una placa de plástico en la puerta. En ella está escrito en negro “Coordinación de transplantes”. Al lado de nuestro entrañable protagonista está sentada una persona con camisa de cuadros, pelo corto, espalda ancha… no se como explicaros, es mitad leñador mitad funcionaria del INEM. – Hola, ¿eres una mujer? Pregunta nuestro personaje principal, que a partir de ahora llamaré Mamerto. – Si, desde hace tres semanas. Responde con más voz de leñador que de funcionaria. Me gusta ser mujer. Dice mientras mira una cajita que sujeta con una sola mano.- Buf, será difícil encontrar un receptor para ese organillo. Dice Mamerto mirando la cajita verde con un lacito rosa. Si es lo que me imagino.

La puerta se abre y una voz de niña de San Ildefonso procedente de una mujer pronuncia el nombre de Mamerto Juárez. Este levanta la cabeza sin mediar palabra, y la mujer con voz de niña le hace un gesto para que entre en la habitación mientras esboza una sonrisa.

Sin causar ofensa, Mamerto piensa que esta si es una mujer. Ella si tiene los caracteres femeninos por excelencia. Le pide que tome asiento y Mamerto se deja caer en una silla forrada de cuero mientras observa detenidamente la estancia. La habitación no está decorada de títulos y diplomas, sino que la mayoría son posters de gente desnuda. Personas desprovistas de piel. Hay una frase en la que Mamerto centra su atención: Mil gracias en nombre de las personas trasplantadas a las familias que en un momento de gran dolor han tenido la generosidad de donar los órganos de sus seres queridos.

- Buenos días, soy la Dr. Agosto. Usted es Mamerto Juárez, y tengo entendido que deseaba realizar una donación de un órgano. Dice la Médico sosteniendo un expediente. – Si, quiero donar mi corazón. Responde inseguro Mamerto mientras abre la nevera y enseña el interior a la Doctora.

Creyéndolo inservible, Mamerto quiso donar su lastimado corazón. Pero la Dr. Agosto le explicó que no podía desprenderse de él, que lo necesitaba para bombear su sangre. Cuanto antes debía implantar su órgano. La complicada operación constaba de dos fases. Primero había que recolocarlo en su sitio. En segundo lugar, debían extirpar una especie de parásito. Una rosa le creció alrededor del corazón, que al caer su último pétalo, se convirtió en zarza.

Mamerto, sin ganas de vivir, tampoco le apasiona pudrirse bajo una losa. Así que el equipo médico prepara todo lo necesario para una operación de urgencia. Tumbado en la camilla recorre varios pasillos hasta llegar a una amplia habitación. El beso de una enfermera con sabor a plástico, traslada a Mamerto al mundo de la anestesia. Allí el cuerpo no siente pero la mente recuerda. Lo primero que le presenta a su memoria es un poema de Giorgiolo Cambrom. Un poeta de fábula pero de mala vida. Lo tituló “Impepinable”.

"No se si fue en sístole o diástole,
pero entero se quebró.
De todo a nada en un segundo,
y el diablo lo apalabró.
No atinó en mí la suerte,
un falso Cupido erró.

¡Oh, funesta vida!
Que absurdo morir de tristeza
para quién no estuvo triste.

Para cualquiera una pregunta embustera:
¿cambiaría tu vida si yo no estuviera? "

La operación fue exitosa, pero Mamerto no despertó hasta el tercer día. Lentamente abre los párpados, y con la mirada entornada, busca a su alrededor algo familiar para ubicarse. Está sólo en una habitación extremadamente blanca. Reposando sobre una cama articulada de grandes dimensiones. Un leve zumbido se escucha de unos de los varios “cacharros” que le escoltan a cada lado de la cama.

- Buenas tardes, parece que nuestro paciente favorito a despertado ya de su gran siesta. Dice jovialmente la Dra. Agosto mientras una enfermera ayuda a Mamerto a recostarse. Bueno vamos a ver como va tu corazón. La doctora pone en el pecho el aparato ese que llevan todos los médicos, que ahora no recuerdo su nombre y paso de buscarlo en el google. – Vaya, suena extraño. En vez del pom-pom normal produce otro ruido. Tu corazón hace Tutupá. Susurra la Doctora Agosto expulsando todo el aire al pronunciar la última sílaba. – ¿Y eso… es muy malo? – Dice Mamerto medio tartamudeando. – Simplemente anecdótico. En unos días podrás salir y disfrutar de tu antiguo corazón. Contesta sonriendo la doctora mientras sigue escuchando el hipnotizador Tutupá.

Nuestro querido personaje no ha recibido ninguna visita durante su estancia en el hospital. Ahora ya en la calle, recuerda los medicamento a tomar y las instrucciones a seguir que la Doctora Agosto le ha recetado para finalizar la rehabilitación: Endeblina 500 mg para después de cenar. Mucaina en caso de dolor agudo en el pecho. Tres abrazos fuertes al día en desayuno, comida y cena. Y evitar frases y palabras como, para siempre, lo mejor de mi vida, amor y jamarosidades varias.

El invierno se deja notar en un aire frío y seco. Aún así tres individuos entonan una canción. Ataviados con una guitarra, una armónica y una pandereta piden limosna para salir de su pobreza, pero que gastarán en vino tinto porque el precio de la cocaína ha subido tres puntos en el IBEX. Gay Briel, Borja Ray y Kok ErrKillo tocan “Las cuatro estaciones” de Pablo Picasso. Mamerto con su nevera vacía escucha la serenata del trío.

“La primavera te dio alergia,
el verano una alegría,
y para que en otoño
seguir al demonio
en forma de coño
y en invierno se te pira.
Entoavía dices que fue lo mejor de tu vida.”


Mamerto con su paso lento y encorvado, observa a las mujeres que esperan siempre, y que a su parecer, por el frío que hace, visten con poca ropa. “Ay Mamerto, que tu pena es no tener lo que tuviste, y a esas el diablo las viste”. El refranero popular siempre encuentra una respuesta. Por lo que a mi respecta… Patada en las pelotas. Porque a nuestro modesto protagonista una cicatriz en el pecho le recuerda que está prohibido enamorarse, y ya nada en la vida merecerá la pena…
Días atrás, antes de la operación, Mamerto recogió su corazón para ponerlo en su nevera. En su incurable soledad y sangrando de rabia decidió pasear para matar el tiempo. Porque ese día, de repente, todo a su alrededor se tornó triste para siempre.

martes, 18 de noviembre de 2008

Tras una agradable charla, algún que otro trago... y un breve período de reflexión, ella se decidió a llevarle a casa.
Nada más entrar, la anfitriona acudió rauda a recoger (más bien ocultar) la ropa que tenía desperdigada por todo el dormitorio... mientras tanto el huésped se dedicó a fisgar uno por uno los libros que se amontonaban en la estantería del mueble del salón.








“Tengo cervezas” –dijo ella- “¿Quieres una?”
“¡Claro!”, contestó el invitado mientras pasaba rápidamente las páginas de “Alicia en el País de las Maravillas” en busca de ilustraciones.
“Son sin alcohol” añadió ella camino del frigorífico.
“Entonces no quiero”, dijo él.

martes, 11 de noviembre de 2008

La fábula de la cerda y el elefante

Érase una vez un elefante enamorado de una cerda. Años atrás vivieron grandes momentos, primero de amistad y más tarde de amor. Compartían bellotas y cacahuetes, se rebozaban en el mismo barro, abrazados observaban los atardeceres a la sombra de las encinas y paseaban por el monfragüe dándose la trompa y el rabito.

Todo iba de maravilla, pero la cerda quería ir despacio. Años atrás estuvo saliendo con el Lobo Feroz, el de soplaré, soplaré y tu casa derrumbaré. Que resultó ser un maltratador que propinaba mordiscos sin mediar palabra. Por lo que la cerda tuvo un divorcio difícil, a pesar de quedarse con la casita de madera en primera línea de playa. Como anécdota decir que el lobo se quedó con la casita de “paja”.

Un día de abril la cerda y el elefante decidieron vivir juntos. Se instalaron en la piara que tenían los padres de ella en las afueras de la ciudad. En la misma noche de la mudanza, sobre un lecho de paja de 1.90 x 1.20, se desató la pasión contenida. La cerda empezó a hacer marranadas y el elefante se dejó llevar por el instinto. Y he de decir que este hecho quebró la bonita historia de amor.

La muy cerda, perdón… la cerda dejó al elefante por su incompatibilidad sexual, a pesar de las numerosas plegarías del paquidermo por continuar juntos. Ella reanudó su relación con el lobo feroz, que se había convertido al Islam. El nunca más volvió a amar. Dedicó su vida como doble para documentales de La National Geographic.

FIN.

- ¡Eh! Jorge, ¿no debería tener la historia una moraleja?
- Ah pues si, gracias querido lector por recordármelo. No se que decir, por ejemplo podría ser: Ten cuidado con las cerdas.
- Pero Jorge, ese es un comentario bastante machista y poco apropiado.
- Repámpanos, nos ha salido el lector tiquismiquis (como me tocan los cojones estos putos moralistas). Es que así en frío…bueno pues recordar una canción televisiva que un amigo siempre me canta. Moraleja: ADN-de-cerdo- y-elefante-no-combines.