Acababa de llegar a esa ciudad norteña procedente de una de las zonas rurales más pobres de la región. Eran tiempos difíciles y el éxodo era una necesidad para buscarse la vida. Había abandonado a sus padres, a sus amigos de la infancia y a Lola, la mujer que durante años había aceptado sus cortejos. La intención era simple: encontrar un trabajo en la industria. El que fuera. Luego ya vendrían sus próximos pasos.
Nada más bajar del tren, cuyo billete fue pagado como regalo de parte de sus compañeros de infancia, Santiago se dirigió a la pensión que le había recomendado el párroco del pueblo. 15 pesetas era lo que tenía que pagar cada día de estancia, y los ahorros que le había dejado sus padres para esta aventura apenas le llegaban para pagar mes y medio.
Cuando llegó fue recibido con fraternidad. La dueña había nacido en el pueblo de al lado y también tuvo que buscarse la vida en la ciudad portuaria. Una buena cena en compañía sirvió como excusa para mantener una conversación tan amistosa como fructífera. Marian le indicó dónde podía buscar trabajo con mayor facilidad.
A la mañana siguiente, muy temprano, Santiago tomó un rápido desayuno y comenzó su búsqueda. Aunque ésta se antojaba difícil, no fue tal, ya que enseguida encontró lo que buscaba. El director de un horno siderúrgico necesitaba jóvenes fuertes para cargar los contenedores. Con un sueldo de 25 pesetas diarias, Santiago empezaba a trabajar al día siguiente.
Aunque se imaginaba cuán duro iba a ser ese trabajo, sus años en el campo le habían capacitado para cualquier trabajo físico, por lo que su alegría fue inmensa.
A la mañana siguiente, como un reloj, Santiago comenzó a trabajar. Al igual que él, otros muchos se incorporaron ese mismo día. Entre ellos estaba Iñaki, que a partir de ese momento se convirtió en una de las personas más influyentes en la vida de Santiago.
Iñaki había nacido en la ciudad, por lo que conocía sus entresijos y la forma de vida que mandaba allí. Enseguida le caló. Aunque era un tipo que cuidaba, y mucho, de sus compañeros, no se cortaba un pelo a la hora de buscarse la vida. Se escaqueaba cuando podía, se enfrentaba a sus superiores consiguiendo lo que buscaba y, lo más importante, tenía una tendencia natural a hacer trapicheos.
Después de varios meses compartiendo con Iñaki 60 horas de trabajo a la semana y otras tantas de ocio (que se consumían en tabernas y algún que otro burdel), Santiago le consideraba como un hermano.
Esta relación de absoluta confianza era mutua, por lo que Iñaki le empezó a ofrecer formar parte de algunos trabajillos. En un principio, Santiago se negaba. No quería buscarse problemas, aunque al paso que iban sus ahorros, tardaría mucho en poder traer a Lola a la ciudad. Después de varios meses trabajando como un animal, la cuenta bancaria de Santiago apenas tenía 130 pesetas, ya que aparte de la pensión, tuvo que devolver a sus padres hasta el último real que le habían prestado.
Por esta razón, un buen día accedido a participar en uno de los trapicheos de Iñaki. En esta ocasión se trataba de “presionar” a un concejal municipal para que permitiera la construcción de unos pisos en el barrio alto.
La cosa se torció. En el bar donde esperaban la llegada de la víctima, apareció un policía fuera de servicio. Santiago e Iñaki no tuvieron más remedio que matar a aquel pobre hombre.
Por el contrario, consiguieron la suficiente “presión” para que el concejal finalmente accediera a sus peticiones.
El deseo de Santiago de formar una familia y la necesidad de alimentarla pudieron con la conciencia del muchacho y, lejos de amedrentarse y echarse para atrás, esta primera experiencia le sirvió para hacerse un nombre dentro del círculo de amistades de Iñaki.
15 años después, Santiago, su mujer Lola y sus tres hijos vivían como auténticos maharajás en la zona más noble de la ciudad. Poco a poco se había ido haciendo un hueco en aquella organización criminal hasta convertirse en lo más parecido a un Don de la mafia siciliana en el negocio inmobiliario. En aquel entonces sólo Paco el Pocero tenía más poder que él, pero no duraría mucho…..
NO PUEDO PARAR DE CREAR
El fotógrafo gallego José Cendón escribe "Billete de ida". Es la historia de una persona que no deja de luchar por la suerte de África.
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miércoles, 7 de mayo de 2008
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4 comentarios:
Buena G.I.T.!!!
gracias J.A.V.
O.K. G.I.T.
parecemos. telegramas.
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