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José Cendón

NO PUEDO PARAR DE CREAR

El fotógrafo gallego José Cendón escribe "Billete de ida". Es la historia de una persona que no deja de luchar por la suerte de África.

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martes, 6 de mayo de 2008

El amor de Dragunov

Desde que tenía uso de razón, recordaba cómo mi padre había mantenido un idílico romance con la armas. Tan sólo mi madre y yo éramos más importantes para él. Desde los 21 años era miembro de la NRA y gran parte de su vida estuvo ligada a ese invento infernal.
Por las noches, mientras yo veía el show de Ed Sullivan, cosa que a mi madre no le gustaba un pelo por la gente que salía en él, mi padre se aplicaba en limpiar cada una de las armas que tenía en casa. Varios revólveres de diferentes calibres, tres escopetas, una de ellas recortada, otros tantos fusiles de asalto y un par de rifles de francotirador. Sus joyas personales eran un AK-47 de la II Guerra Mundial y un Dragunov recién adquirido en el mercado negro. Aunque odiaba a los rojos, que por lo que yo sabía eran lo más parecido al demonio sobre la tierra, él siempre decía que sus armas eran las más precisas y que gracias a ellas ganaron la batalla de Stalingrado, ciudad que por otra parte no tenía ni idea de dónde estaba.
A pesar de que mi padre intentó inculcarme el amor a las armas desde que apenas levantaba un palmo del suelo, yo nunca había mostrado mayor interés que la propia curiosidad infantil. Pero todo cambió el día que llegó con el Dragunov. Esa herramienta del diablo me cautivó. Su estética, su acabado y su poderío me engatusaron. Durante varios días soñé que era mía y que la utilizaba con una precisión digna del mejor francotirador. El problema era que mi padre no me dejaba acercarme a ella. Me decía que era muy valiosa y peligrosa para que jugara con ella. Pero yo no quería jugar. Yo quería ser un gran hombre, emular a un John Wayne moderno y utilizar mi habilidad en favor de la justicia.
Un buen día, mi padre se tuvo que ir a Nevada a trabajar. Iba a pasar un par de días fuera de casa y entonces apareció mi oportunidad.
Mientras mi madre verduleaba con la vecina en el patio de luces, cogí el Dragunov y me fui al edificio abandonado de la esquina. Subí al tercer piso y saqué esa joya de precisión milimétrica. Después de ver a mi padre manipular sus armas cientos de veces, sabía perfectamente cómo se utilizaba ésta. La cargué y me asomé a la ventana.
Ese día la ciudad estaba muy revuelta, no sabía que era lo que estaba pasando. Aunque no era el 4 de Julio, la gente portaba banderas por la calle. Una multitud se congregaba en la avenida principal.
A mí me daba igual que pasaba fuera. Yo tenía mi propia fiesta.
A través de la mirilla ví un gran pájaro descansando sobre la rama de un árbol. Decidí que ese sería mi primer objetivo.
Apunté, respiré hondo y disparé.
El retroceso del arma me echó para atrás apretando de nuevo el gatillo y desviándome del pájaro.
De repente un gran revuelo se formó en la calle. La gente gritaba y las sirenas empezaron a sonar.

Era el 22 de noviembre de 1963 y con doce años acababa de asesinar a John Fitzgerald Kennedy.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

y por qué no?

KOKE dijo...

Te creo trongco!!! yo jugando con goma 2 en el sótano de mi tio hice volar a carrero blanco

JoGe dijo...

voloooo volo volo volo voloooooooo

Anónimo dijo...

Que casualidad que sin querer le disparara dos veces, y en la cabeza, y apuntando a un pajaro en un arbol...., él iba en coche, pasaron un par de segundos entre un disparo y otro... JO TIO COMO ME MOLA ESTE FINAL!!!! es enrevesado incluso para mi. Como ese que dijo "yo no le apuñale, se tropezo y cayo encima de mi cuchillo de caza... asi once veces".