LA LEY DEL MÁS FUERTE: CAPÍTULO III

Está feo enamorarse de la novia de un amigo

- Buenos días cariñín... es hora de levantarse. Recuerda que es domingo, hijo. Date prisa que ahorita mismo te pongo tu desayuno. Dijo la madre levantando la persiana.
- Ya voooy... ¡no habrás! Gruñó Lucas Mateo, mientras se tapaba los ojos contra la almohada.

La madre de Lucas es una madre de las de antes. Ama de casa y perfecta esposa. Católica, por supuesto. Realiza a la perfección las innumerables tareas del hogar, y otras muchas que ha creado ella misma.

- Ya te has levantado, cielo. Venga, toma primero el zumo que está recién exprimido. Sino se le va la vitamina.

Está feo enamorarse de la novia de un amigo, pero el amor es inevitable. No puedes dejar de querer a alguien cuando te venga en gana, y si crees que puedes, entonces no es amor. Eso es lo que piensa Lucas. Nunca se lo había contado a nadie, ni pensaba hacerlo.

- Acuérdate que es el cumpleaños de la abuela, y comemos en su casa.

Lucas siempre ha sido un chaval muy reservado, bastante tímido. Las burlas de los compañeros del instituto le dieron un empujoncito para descubrir la realidad. La realidad de que la vida es bastante perra e injusta, y que por mucho que desees una cosa (o una chica), no va aparecer de la nada. Nunca aparece Papá Noel en pleno Agosto y te dice:
- Hola, como va todo. Pues pasaba por aquí y bueno me he dicho, por qué no. Toma chaval la pleiesteision.

Nunca aparecerá ella en tu cama, y te susurrará al oído:
- Te quiero, Lucas Mateo.

Pasarás las noches llorando. Agarrado a una almohada llena de lágrimas de rabia. Lágrimas de odio. Lágrimas que recorren el camino ya marcado por otras lágrimas. Lágrimas que esperan más lágrimas.

Así es la vida de Lucas. Ahogado en su propio mar. Siempre salado. Olas en cólera.

Todavía se pregunta porqué tuvo que quedar con él en esa plaza madrileña. Todas las tardes iba solo a la terraza del bar para observar a esa chica, esa camarera. Para Lucas era el mismo centro del universo. Esa sonrisa juvenil que repartía a todo el mundo, su dulce voz femenina. La melena presa y atezada. Y esos ojos, esa mirada color pardo noche.

Después de tres años sin ver a su gran amigo de la infancia, quedo con él en ese mismo bar. Volvía de los Balcanes. Y pasó lo que tenía que haberle pasado a Lucas.

- Porqué quedaría allí. Dios, maldigo ese día. Se decía Lucas a si mismo todas las noches. Claro, encima el muy cabrón se tira el rollito de los cascos azules.

Dos años más tarde se casaron. Y desde la boda no había vuelto a saber de ellos. Pero una llamada alteró la rutinaria mañana de domingo.

- ¿Lucas? Preguntaron al otro lado del teléfono.
- ¿Sí? – respondió confuso- John ¿eres tú?
- Mira Lucas no tengo tiempo de explicártelo, pero debes cuidar de María.

Se quedo sin palabras. –Vale pero…

- Tú cuida de María, cogerá un tren para Madrid está misma tarde. Llévala a un lugar seguro… ¡pero no me digas donde! Yo ya os encontraré. Confío en ti amigo. Recógela en la estación. Ya te lo explicaré. Dejo en tus manos lo mejor de mi vida. No me falles Lucas.
- Lo que quieras…. Antes de acabar la frase, John ya había colgado el teléfono.

Tuvo que sentarse en la cama para asimilar toda la información. Paralizado, a su cabeza le llegaban decenas de preguntas. Todas las noches soñaba con una oportunidad para al menos desahogarse. Romper el silencio que le ataba a esa mezcla de melancolía y rabia. Sabía que seguro no iba a ser la mejor de las circunstancias, y que igual no tendría otra ocasión. Pero en el fondo sabía que no tenía coraje para todo aquello que esperaba contar desde que la vio por primera vez.

El mar Lucas Mateo. Tempestad y calma. Amor y odio.