Acababa de morir. Tan sólo tenía 18 años. Sin haber echado ni siquiera un polvo. Menuda suerte la mía. Siempre había oído que había algo más allá, pero nunca me imaginé aquello. Al poco tiempo de separar mi alma del cuerpo me encontré desnudo en una fila de muchas almas, también desnudas, esperando en la nada. En lontananza podía ver una especie de puerta franqueada por una intensa luz. Aquello era como la cola del INEM, un paso para adelante y dos para atrás. Un par de querubines daban las instrucciones y controlaban aquella situación de la mejor manera posible.
Después de mucho tiempo, conseguí llegar al final de la cola. Allí estaba San Pedro sentado en una mesa con un libro enorme entre los brazos y una gran llave dorada al lado. Sin ni siquiera dirigirme una mirada me preguntó
- ¿Nombre?
- Sebastián García
- ¿Edad?
- 18
- ¿Causa de la muerte?
- Recuerdo un coche accidentado en la N-1, con una mujer embarazada dentro. Intenté sacarla, pero creo que el coche explotó
- De acuerdo –dijo mientras escribía a una velocidad demencial-. Puedes pasar.
- ¿Y la mujer? No la he visto por aquí
- ... Si no está aquí, es que no puede estar aquí –dijo de manera contundente levantando por primera vez el rostro.
Los ojos del guardián del cielo estaban rebosantes de luz, pero no se parecía en nada a las figuras tradicionales. En vez de barba tenía tupé.
- ¿A qué esperas? Hay mucha gente detrás de ti y estás estorbando. Pasa de una vez… Ah!, se me olvidaba. Bienvenido al paraíso.
Así, de esa manera tan curiosa entré en el cielo. La estampa me gustó. Miles de personas andando en grupos mientras hablaban desnudos. Grandes bosques, arroyos de aguas cristalinas y varios caminos. Nada más atravesar la puerta, un ángel se acercó a mí.
- ¿Sebastián García?
- Soy yo
- Acompáñame. Te están esperando.
- ¿Quién?
- Los jefes.
El plural me dejó desconcertado. Seguí al ángel a través de numerosos caminos, atravesamos paisajes idílicos. El viaje fue largísimo, pero allí el tiempo daba igual. No estaba cansado, no tenía hambre, no tenía sed.
Después de mucho caminar llegamos a un palacio resplandeciente. La torre principal tendría más de mil metro de altura, pero nada mas atravesar la puerta estaba en la cima, en un vestíbulo. Allí había otro ángel.
- ¿Nombre?
- Sebastián García.
- Ah, te están esperando. Pasa.
Entré en una gran sala, con una mesa en medio y tres grandes sillones. Sólo había un hombre dentro cuya visión impresionaba. Un sentimiento de congoja me invadió ante la presencia de ese ser.
- Bienvenido Sebastián
- ¿Eres?...
- Sí. Por favor, siéntate. Tenemos que hablar.
Accedí al sillón más pequeño y Él me dio un vaso con agua.
- No tengo sed, gracias –dije-.
- Ah, si. Bueno, tómala como un placer.
Obviamente, no me podía negar a ello. El primer trago de ese líquido fue algo así como lo mejor que me había pasado.
- ¿Por qué estoy aquí?
- Por que moriste intentando salvar a una persona. Eso te da la entrada directa al paraíso.
- Eso ya lo suponía. Me refiero a por qué me has mandado venir.
- Si, claro… Las almas como tú son útiles. Has sido elegido para llevar a cabo una misión.
- ¿Cómo?
- Te lo explicaré, pero tenemos que esperarle, sino se enfadará.
- ¿Esperar a quién?
- Jaja, ¿a quién va a ser? A Azrael. Todas las grandes decisiones las tomamos entre los dos. Sino esto sería un descontrol que no beneficiaría a nadie.
En ese mismo momento se abrió de par en par la puerta que anteriormente yo había atravesado. Un tipo enorme de piel anaranjada apareció en el umbral.
- ¿Me estabais esperando?
- Por supuesto.
Aquella figura apestaba. A diferencia del resto de almas que había visto desde que entré en el paraíso, Azrael llevaba un taparrabos (que en absoluto escondía su tremendo miembro viril) del que pendía una gran espada incandescente. Sin mediar más palabras, el príncipe del infierno tomó asiento.
- ¿Es este el elegido? Es un enclenque
- No te fíes de su aspecto.
- Ya, ya. Lo de siempre. ¿Se lo has explicado ya?
- No. Te estábamos esperando.
- Muy bien, pues adelante. Tengo prisa.
Asistía impresionado a la increíble situación que se estaba desarrollando. Yo sentado con Dios y el Diablo en una mesa esperando a que me ofreciesen un trabajo. Si he de ser sincero, estaba acojonado.
- Bueno Sebastián –dijo Él-. Como te puedes imaginar, organizar todo esto es muy difícil. Ni Azrael ni yo podemos estar en todos los sitios, ni verlo todo como siempre se ha dicho. Lo que si hacemos es tener a un buen número de almas vigilando en todo momento e informándonos. En realidad son estas almas las que eligen quien va al cielo y al infierno. Para que no haya conflictos, seleccionamos a los elegidos entre los dos. Han de ser personas que no sean ni muy buenas ni muy malas.
- Digamos independientes –puntualizó Azrael-.
- Tu misión será vigilar a todas las personas en una zona determinada. Analizar su comportamiento y en el caso de morir decidir dónde deben ir a parar. Sé que el trabajo impresiona, pero después de un tiempo te gustará, ya lo verás. ¿Tienes alguna pregunta?
- Una no, un millón.
- Jajaja, tiene gracia el jodio –se jactó Azrael-.
- La mejor forma de responder a esas preguntas es tu propia experiencia. Empiezas ahora mismo. ¿Estamos todos de acuerdo?
- El chaval me gusta, aunque esté acojonado –dijo Azrael-. Yo le doy el visto bueno.
- ¿Y tú que dices Sebastián?
- Supongo que estoy de acuerdo.
- Bienvenido al club entonces.
En ese momento me vi trasladado de nuevo a la Tierra. Estaba en mi propia ciudad, lo cual me sorprendió gratamente. En mi mano tenía una pluma y un libro que no sé de donde había salido, pero que entendía perfectamente cómo utilizarlo. Tras un momento en el que disfruté de mi vuelta al mundo conocido, un ángel se acercó a mí.
- Buenos días compañero.¿Eres Sebastián, verdad? Yo soy Francisco. Vigilo hasta la Avenida Cantabria. De allí hasta el comienzo de Gamonal es tu zona. Si no me equivoco vivías aquí, verdad. Me resultas conocido.
- Sí, vivía en el G-2.
- ¿Tienes miedo? No te preocupes. Parece un trabajo difícil, pero no lo es. La inmensa mayoría de las personas deciden su destino poco antes de morir, pero te aconsejo que empieces a observar detenidamente a todo el mundo para hacerte una idea de por dónde van los tiros. Bueno. Te tengo que dejar. El hospital está en mi zona y requiere mi presencia constantemente. Que tengas suerte. Nos veremos a menudo.
Comencé a pasear por las orillas del Vena con la mente puesta en dos sitios muy distintos. Por una parte estaba escuchando las conversaciones y viendo la forma de actuar de la gente, pero por otro estaba recordando todo lo que había dejado atrás. Pensé en mi madre, en mi hermano y en mis amigos, pero sobre todo pensé en ella. Ana. Justo antes de palmar estaba volviendo Burgos para acostarme con ella. Después de tanto tiempo había accedido a hacerlo. De hecho me había costado más de dos años. La añoraba y decidí ir a verla.
Vivía a tan sólo unos metros de mi casa, en el portal de al lado. A esas horas supuse que estaría sola en casa, probablemente llorando mi muerte.
El ser un elegido me posibilitaba atravesar paredes, así que no me costó en absoluto llegar hasta su casa.
Entré en el salón y la ví con mi amigo Ramón. Ella lloraba, él no. Quise escuchar lo que decían.
- No puedo creer que se haya ido.
- Yo tampoco. Tuvo mala suerte, pero no llores. No le querías.
- ¡Eso no es cierto! Era un chico encantador.
- Eso no lo niego, pero siempre fue un pringao
Mal pintaba el asunto para ese cabrón.
- No digas eso…el pobre… Si supiera lo que estábamos haciendo…
- Vamos Ana, no seas tan hipócrita. Sebastián no te importaba en absoluto. Le estuviste dando largas durante años mientras follabas conmigo. No me malinterpretes. No me quejo. Pero tienes que olvidarlo. Yo sigo aquí.
Pam! Escuchar eso me dolió mucho más que la cabeza cuando el radiador del coche se estampó en llamas contra ella. Ana levantó la mirada y se secó las lágrimas.
- Tienes razón –dijo-. Me estoy comportando como una hipócrita.
- No te preocupes. Todos cometemos errores. El tuyo fue seguir con él y el mío no decírselo nunca.
- Eres el mejor, Ramón.
- Ya lo sé… ¿quieres?...
- Siempre.
Sin mediar más palabras, Ana le desabrochó la bragueta y se puso a mamar aquel miembro traidor.
Os podéis imaginar mi rabia, mi ira, mis ganas de venganza. Salí de allí gritando improperios y odiando a todo el mundo.
En la calle me esperaba Azrael.
- Sabía que no tardarías en descubrirlo. Tu situación actual no te permite hacer nada, pero si me juras lealtad…
- … Soy tuyo
NO PUEDO PARAR DE CREAR
El fotógrafo gallego José Cendón escribe "Billete de ida". Es la historia de una persona que no deja de luchar por la suerte de África.
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martes, 15 de abril de 2008
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3 comentarios:
Impresionante documento. Azrael ha debido colaborar en la publicación de las preguntitas... aunque enun mundo como este "la respuesta correcta" está frente a tus ojos...
Es de mi gratitud compañero
gracias compadres
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