Mientras andaba por aquel oscuro pasillo custodiado por armarios de miradas firmes y vacías, mi mente aún se preguntaba muchas cosas. ¿Por qué lo hiciste? ¿Acaso te crees que te iba a salir bien? ¿Cómo fuiste tan gilipollas? A los diez minutos ya te habían cazado. Hay que ser imbécil. ¿No te lo advirtieron otros? ¿Por qué no les hiciste caso? ¿Por qué no me hiciste caso?
Un golpe en el costado me despertó de mis cavilaciones. Estaba frente a una reja. Más allá, un habitáculo iluminado por una ínfima bombilla. Un retrete. Una mesa. Una litera… Encima tendría que compartir aquella celda con algún pirado durante los próximos 17 años. Eso es mucho tiempo.
- Bienvenido a tu nuevo hogar. Es algo humilde, pero te acostumbrarás. A las dos, la comida.
En un principio me resistí a entrar en aquel agujero. No era mi estilo darme por vencido, pero al darme cuenta de que aquel hombre metido a guardián de pederastas, violadores y asesinos echaba mano de su porra, me lo pensé mejor y accedí a entrar. No era de recibo encontrar problemas desde el primer momento, y menos aún con los que tenían el monopolio de la fuerza allí dentro.
De esta forma tan penosa empecé mi aventura en la prisión. Un ruido seco me avisó de que la reja se cerraba tras de mi y activó la sucesión de catastróficas desdichas que a partir de ese momento se desarrollarían en mi vida.
- Que disfrutes de tu estancia.
Encima tenía que aguantar ironías de esos torturadores. Cuando mis ojos se acostumbraron a la tenue luz que allí habitaba, descubrí una figura encogida en una de las esquinas de la celda. Era el reducto de un ser humano. No levantó la cabeza. Yo creo que ni reparó en mí.
- Hola. Me llamo Jacinto Fuenterrabía.- dije sin encontrar respuesta alguna de aquella figura semi inerte-. Hola –repetí con el mismo resultado.
Dándome por vencido me encaminé hacia la litera. Siempre me había gustado dormir en las alturas, así que subí a la cama de arriba. En el preciso momento que accedía a ella, el tipo de la esquina habló, y he de reconocer que me asustó
- ¿Qué se supone que estás haciendo, grandísimo hijo de puta?
Esto empezaba mal
- Lo siento –dije-. Si duermes aquí no me importa pillar la de abajo.
Mientras le respondía, el tipo se levantó como un resorte, me agarró de la pechera y me levantó como un saco de paja, de noventa kilos, pero de paja.
- No hablo de la litera. Sabes a qué me refiero.
- Pero, ¿de qué hablas?
- Te han metido aquí para espiarme.
- ….Te equivocas amigo –dije con una mezcla de temor y respeto.
A esas alturas mi voz no salía de mi garganta con la fuerza de siempre. Las pelotas se me habían enclavado en la corbata y no lo permitían. Los ojos de aquel hombre escudriñaron los míos como buscando respuestas a una pregunta que nadie había hecho. Tenía una mirada dura, pero también parecía perdida.
- ¿Seguro? –inquirió.
- Claro tío, no se de que me hablas
- ¿Cómo has acabado aquí?
- Si me sueltas te lo cuento.
Tras unos segundos de duda en los que creí que iba a sacar una navaja del tamaño de la presa de Assuan y rajarme hasta la glotis, el tipo me soltó. Si antes me había agarrado como un saco de paja, ahora caí como uno de patatas.
Lo que me faltaba. Pensé. Tengo que pasar los próximos 17 años con un loco psicópata.
- Jeremías, ¿verdad? –me dijo
- …no….me llamo Jacin…
- Bien Jeremías –si mal había empezado, peor seguía-. Cuéntame como has llegado aquí. Con pelos y señales. Como algo no me cuadre, te juro que no volverás a ver la luz del sol, ni siquiera en el patio de esta prisión.
- … Suena algo ridículo… Robé un coche de policía mientras los agentes estaban viendo como ardía el negocio que yo había quemado para cobrar el seguro… Me pillaron y tuve que disparar a uno…
Tras unos segundos de reflexión en los que volvía a recordar la herramienta de matar de tamaño indecente que seguro escondía en su recto, el tipo volvió a hablar.
- Es cierto. Suena ridículo. Demasiado para haberlo inventado… ¿De verdad intentaste robar un coche de policía? Menuda gilipollez.
- …ya…
- Bueno, supongo que me puedo fiar de ti Javier…
- …Jacin…
- Yo soy Bernardo, pero aquí todos me llaman El Planos.
- ¿Por qué?
- ...No tientes a la suerte. ¿Qué cama quieres?
De repente vi un atisbo de educación en el Planos. Pero duraría poco.
- Siempre me ha gustado dormir arriba.
- Arriba no puedes. Es mi cama.
- … De acuerdo, pues abajo entonces.
- ¿Seguro? La humedad de aquí dentro es criminal.
Cada segundo que pasaba aumentaba mi creencia de que ese tipo estaba jodidamente loco. Esto no podía acabar bien. De ninguna manera. Podía acabar mejor o peor, pero lo que es bien, seguro que no.
Las semanas siguientes atenazaron mi personalidad. Empecé a darme cuenta de lo que me esperaba allí dentro. Intenté pasar desapercibido, no montar ningún escándalo y no mezclarme mucho con la gente. Me dedicaba a observar el entorno como hace un perro perdido. En aquella prisión había de todo: tipos duros, tipos muy duros, gente inocente, drogadictos, psicopatas y locos como El Planos. Él era la única persona con la que hablaba con frecuencia. Comíamos juntos y paseábamos por el patio juntos. De vez en cuando me sorprendía la inteligencia y dedicación de aquel pirado. Pero pronto se evaporaba a raíz de los atisbos de locura que diariamente tenía. Había momentos en los que desconectaba y no te prestaba atención. Ni siquiera te veía. A saber que era lo que le pasaba por la cabeza en esos momentos. Nunca me llamaba por mi nombre. Prefería inventárselos: Julián, José, Juan, Jesús, Julio… de todo menos Jacinto.
Al principio me exasperaba, pero poco a poco le fui cogiendo cariño. Es cierto, estaba como una puta cabra, pero era un tío legal. De hecho, sólo por estar con él, el resto de presos pasaba de mí. Durante ese tiempo no tuve ningún problema. Ni abusos, ni insultos ni nada parecido.
Aún no sabía por qué le llamaban El Planos, y de vez en cuando se lo preguntaba, pero él parecía ni escucharme. Tampoco sabía muy bien qué había hecho para terminar allí dentro, aunque a tenor de los confusos procesos mentales que regían su vida, tal vez me venía mejor no saberlo.
Un buen día, al mes de estar allí dentro, cuando ya era de noche y los presos descansaban de no hacer nada en sus literas, El Planos bajó de la suya.
- ¿Quieres que te cuente un secreto?
- …Bueno…-contesté no sin algo de miedo-.
- Mañana me voy a escapar.
- ¿Cómo? –pregunté sorprendido
- Me encerraron aquí por mi propia voluntad. Mi hermano había sido encarcelado por un asesinato que él no había cometido y yo robé un banco para entrar y ayudarle a escapar.
- ….
- Antes de entrar me tatué todo el cuerpo con los planos de esta prisión, pero el hijo puta del tatuador me engañó. Los dibujos no eran permanentes. En cuanto me lavaron antes de entrar desaparecieron.
- ¿Por eso te llaman El Planos?
- Supongo que sí.
- ¿Y tu hermano?
- A los quince días de estar dentro le soltaron. Habían encontrado al verdadero culpable. Le dieron una indemnización millonaria y se fue con mi novia abandonándome aquí dentro.
- Lo siento….
- No pasa nada. Soy un tipo duro. Durante estos tres últimos años he estado dibujando de nuevo los planos mediante el recuerdo. Ayer los terminé. Mañana me fugaré. Eres un buen tio y confío en ti. No me vendría nada mal una ayuda. ¿Quieres acompañarme?
Jodete. Pensé. Ahora resulta que el loco se quiere escapar. No creo que sea inteligente intentarlo. La última vez que pretendiste hacer algo fuera de lo normal acabaste aquí dentro. Además, seguro que le pillan. Dile que no.
- No – contesté- No creo que pueda. Tengo miedo.
- De acuerdo Jacinto –me contestó utilizando por primera vez mi nombre-. Tú mismo.
Pasé toda la noche pensando que le iban a pillar. La prisión era de máxima seguridad. Muchos lo habían intentado, pero nadie lo consiguió nunca. Es más, a la mayoría les habían matado. Yo no quería acabar igual que él. Seguro que se le iba la olla y acababa en un agujero más oscuro aún que éste.
A la mañana siguiente todo parecía normal. El Planos actuaba de la misma forma de siempre. En un momento dado, mientras los presos nos duchábamos, desapareció. Para siempre. Se montó una gordísima. Había conseguido escapar sin que se supiera cómo. Nunca le encontraron. Nunca supieron por dónde y cómo había salido de aquel complejo.
Al día siguiente metieron a otro preso en mi celda. Se llamaba Miguel y éste si que era un psicópata. Tenía una pena de 46 años. Le acusaban de muchos delitos, pero había cometido muchos más. Había traficado con todo lo imaginable: drogas, armas, niños, prostitutas… y lo que es peor, había violado y matado a varias personas, entre ellas algunos niños.
Desde el primer momento dejó claro su estatus. Durante los 17 años que estuve allí dentro me golpeó, se rió de mí y me sodomizó muchas, muchas veces.
Cuando caía la noche y se dormía yo me mantenía en vela recordando al Planos. Recordando cómo dejé escapar la oportunidad de mi vida y dándome golpes en la cabeza por ello.
Hoy por fin he cumplido mi pena y aquí estoy en la puerta de la prisión. Solo. Soy otra persona muy distinta. He aprendido varias cosas. He aprendido que mi vida es una mierda. La mala suerte me acompañará siempre, pero la forma de vencer es actuar como hacía El Planos.
Ahora me espera una vida nueva y el mundo ya puede estar preparado para lo que se avecina….
GIT
NO PUEDO PARAR DE CREAR
El fotógrafo gallego José Cendón escribe "Billete de ida". Es la historia de una persona que no deja de luchar por la suerte de África.
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