Estoy preparado.

Estoy preparado. Tengo lo necesario. Tengo una coartada. Tengo mi paquete de tabaco, el mechero, la cartera, el pasaporte y una pequeña bolsa con algo de ropa. Tengo la posición y la perspectiva. Domino todo el espacio que ante mi se presenta. Nada pasa inadvertido. Tengo mis gafas de sol y que carajo!, tengo un buen día. Pero lo más importante es lo que tengo entre mis manos... Un rifle de francotirador con capacidad de cuatro cartuchos, repetición y mira telescópica de 30 aumentos.
Estoy apostado entre dos grandes rocas, sin posibilidad alguna de verme. Tan sólo el extremo del rifle se asoma entre las hojas. Mi ropa me camufla. Nadie me ha visto llegar. Yo en cambio, veo a todos. Una multitud congregada. Miles, que digo, cientos! de personas empujándose, molestándose e incluso golpeándose para alcanzar un buen lugar desde el que ver toda la parafernalia. Idiotas. Si supieran lo bien que lo veo yo.
Por allí llegan...Uno, dos, tres y cuatro coches. Él está en el tercero. Tal y como me dijeron. Entonces le volví a oír.
Siempre me pasaba antes de disparar. Era como un ritual de mi subconsciente que me daba las razones para hacerlo. La voz me decía tan solo tres palabras: elimine el objetivo... No sé por que razón siempre creía reconocer la voz de mi primer maestro. El me lo enseñó todo.
Pero algo sí es extraño en este momento. Hoy no sudo como de costumbre. Mi cuerpo no tiembla, no suda y está alerta. No me muevo. No respiro. Me camuflo con las rocas.... ¿Me habré vuelto una roca?...
Dejo de reir mi propia gracia....Ha llegado el momento.... El objetivo se está acercando al punto de encuentro.... Nadie me ve....Le tengo a tiro.....Cojo un soplo de aire...Lo contengo... Pestañeo... y mi dedo aprieta el gatillo...siento como sale la bala disparada... ni la mejor de las cámaras podría captar la velocidad del proyectil... Apenas disparo y ya veo como impacta en el objetivo... En la frente... Él cae....
En esos momentos siempre cunde la confusión y todos se parecen volver locos. Yo me levanto ágilmente y huyo siguiendo el camino que previamente he marcado. Ninguna posibilidad de que me vean. Para eso lo he comprobado. No puedo fallar. Mientras ando rápido, pero sin llegar a correr, voy desmontando el fusil. Meto las piezas en una bolsa negra. Me monto en el coche que había dejado aparcado. Lo arranco y salgo de allí por vías secundarias. Salgo de la ciudad por el sur, es la dirección menos vigilada. Aún no me he cruzado con nadie. A treinta kilómetros paro. Es un bosque. Me adentro unos metros. Allí me encuentro a un hombre. Me está esperando. Le saludo con un minucioso gesto. El hombre me dice: ¿Todo bien? Yo contesto: Ningún problema. Le doy la bolsa. Él se encargará de deshacerse del fusil. El me da otra. Vuelvo al coche. Arranco. Me alejo del lugar a buena marcha, pero cumpliendo las normas circulación. No debo llamar la atención.....
Me relajo. Por fin me siento seguro. Sin pistas. Sin huellas. Nadie sabrá nunca lo que he hecho. Ajusto el retrovisor y me miro en él. Mis ojos están vacíos. Pero esta es mi vida. En realidad no es peor que la de un soldado o un espía. Pero es más solitaria. Eso me hace profesional.

Mi nombre es Augustus P. Dviodanoff y mato por encargo.


Un relato de GIT.