Siempre había sido un tipo honrado. Una de esas personas que dedican su vida a los demás. Una de esas personas que con el paso de los años se erige como guardián de sus seres queridos. Y tenía muchos. Mujer, dos hijos, muchos y buenos amigos.
Ya desde pequeño defendía a sus hermanos frente a los abusos de los gamberros del patio del colegio. Frente a esa clase de gente que ya de mayores vería una y otra vez caer en el oscuro pozo de la delincuencia.
Con esta naturaleza, es lógico que Alain se decidiera por trabajar en defensa de los demás. Primero lo intentó de bombero. Su padre lo fue. Él no pudo conseguirlo. Una dolencia cardiaca crónica impidió su ingreso en el cuerpo.
Más tarde se incorporó a una ONG como voluntario… De voluntario nada. Más bien era un esclavo de los que mandaban arriba, que utilizando la solidaridad como excusa, se forraban día tras día.
Fue entonces cuando la conoció. El amor llegó pronto y tuvo que buscarse la vida en la ciudad que le vio nacer. Después de saltar de un empleo a otro, Alain se decidió a probar como policía local. Era un buen trabajo: suculentas retribuciones, salario digno y lo más importante, también le servía para ayudar a los demás.
En la idílica creencia de que las fuerzas de seguridad cumplen una labor encomiable, los primeros meses de su puesta en servicio fueron fabulosos. Alain llegaba a casa cada día con la certidumbre de haber hecho algo positivo por alguien. Unas veces detenían a un carterista, otras a un camello y otras recogían a algún transeúnte necesitado.
Todo iba sobre ruedas. Su mujer ya estaba embarazada del tercer retoño que completaría la familia.
Pero como toda gran historia, la de Alain también giró también hacia el drama. Un buen día, patrullando con su compañero aparcaron el coche en un callejón anclado en el barrio más sucio de la ciudad. Al rato aparcó otro coche en la esquina contraria. De él se bajaron 2 tipos portando un maletín.
- Quédate aquí Alain –dijo su compañero mientras se apeaba del coche.
Los rostros de los dos hombres del maletín le eran familiares a Alain. Eran dos conocidos miembros de la mafia. Se preguntaba qué demonios significaba todo esto.
Desde su posición dentro del coche podía ver como aquellos dos asesinos hablaban en tono confidencial con su compañero. ¿Serían soplones?
Al rato, el maletín cambió de manos. Los tres hombres se separaron y el compañero de Alain volvió al coche y metió el maletín en el maletero.
Cuando subió de nuevo al vehículo, Alain le preguntó:
- ¿De que va todo esto? ¿Qué hay en ese maletín?
- Es mejor que no lo sepas…aún
Ya de vuelta a la comisaría, Alain no dejó de darle vueltas al asunto. Su naturaleza también era muy curiosa, incluso a sabiendas de que en más de una ocasión le había llevado a algún problema.
Al final de la jornada, mientras los compañeros se duchaban y hacían chistes sobre lo que habían visto ese día en la calle, Alain se acercó hasta la taquilla de su compañero. Allí estaba el maletín. Después de varios intentos consiguió abrirlo.
Lo que vio allí dentro le dejó helado. Billetes. Muchos billetes. Cientos de billetes pequeños y sin marcar. Allí dentro había por lo menos 15.000 euros. Ensimismado como estaba ante la visión del dinero, Alain no reparó en que su compañero aparecía entre las taquillas.
- ¿Qué haces? Te dije que no mirases ahí dentro.
- ¿Qué significa esto? ¿Has aceptado un soborno?
- Escúchame novato. Aquí las cosas no funcionan como tú crees. Sé que lo tuyo es vocacional, pero después de muchos años de servicio he comprendido que no podemos vencer. Mientras haya leyes habrá delitos, y mi padre me enseño que si no puedes combatirlo, únete a ellos.
- Pero nos pagan por evitar esto. ¿Cómo puedes ser tan hipócrita?
- ¿Yo? Me parece que no te enteras. Aquí el único que se sale del protocolo eres tú.
- ¿Me estás diciendo que todo el cuerpo hace esto?
- Esto en particular no, pero todos aprovechamos nuestra situación de algún modo. Si me dejas darte un consejo, yo empezaría a aprovecharme ya.
- …Voy a informar de esto a asuntos internos.
- No lo creo.
- Pues yo sí.
La conversación acabó de manera seca y directa. Alain se dio media vuelta. Iba hacia el departamento de asuntos internos en ese mismo momento. Antes de atravesar la puerta del vestuario, recibió un golpe tremendo en la cabeza.
Cuando se despertó, Alain no pudo hacerse una idea de que había pasado ni cuanto tiempo había transcurrido desde sus últimos recuerdos en el vestuario. Se encontraba en un pozo excavado en la tierra de unos cuatro metros de profundidad. Rápidamente comprobó que tenía el brazo derecho roto por varias partes. El dolor no le dejaba moverse. Además, la cabeza le daba vueltas mezclándose el dolor por el golpe en el vestuario y probablemente el choque con el fondo del pozo. Por el agujero podía divisar las estrellas. Una de ellas llevaba el nombre de su mujer. Fue un regalo para su quinto aniversario.
De repente una figura humana tapó aquella reconfortante visión. Era su compañero.
- Lo siento Alain. No quería que esto llegara hasta aquí, pero no me has dejado otra opción.
- ¡Escucha! ¡No me dejes aquí! ¡Moriré si no me sacas!
- Lo sé. Esa es la idea… Lo siento Alain…
- ¡Espera!
Las últimas sílabas quedaron reducidas en el agujero una vez que su compañero colocó una tabla cerrando el mismo. Aquello era el final.
Durante las horas posteriores, Alain se sumió en sus propios pensamientos. El amor dejó paso al rencor. La piedad a la venganza. El dolor al deber.
Con el brazo destrozado y las magulladuras recorriendo su cuerpo. Alain sacó fuerzas de donde sólo la desesperación consigue sacarlas. Después de muchos intentos en los tres días siguientes, consiguió salir del pozo.
Su primera visión fue la de la estrella y una lágrima mezclada con dolor y rabia recorrió su mejilla. Salió del bosque en el que se encontraba y llegó hasta una estación de servicio de una carretera secundaria. El dependiente estaba colocando los periódicos que acababan de llegar en el escaparate. Los titulares le dejaron helado. "La policía encuentra el cadáver de Alain Saint-Etiènne después de tres días de búsqueda". En la foto que acompañaba la noticia aparecía su familia llorando por la pérdida a los pies de una tumba.
- ¿Se encuentra bien? –preguntó el dependiente.
- … Sí, gracias…
En ese mismo momento, dominado por el odio y el rencor, Alain tomó la decisión más importante de su vida. A partir de ese día se convertiría en aquello que siempre había anhelado. Se convertiría en el azote de los poderosos. Se convertiría en un fantasma. En un ángel exterminador… Aunque no volviera a ver a su familia….
Ese día, Alain Saint-Etiènne volvió a nacer…
NO PUEDO PARAR DE CREAR
El fotógrafo gallego José Cendón escribe "Billete de ida". Es la historia de una persona que no deja de luchar por la suerte de África.
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viernes, 25 de abril de 2008
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1 comentario:
Allá va otra f-ABU-elilla. A ver que os parece compañeros rapsodas....
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